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El sistema inmune y la inflamación de nuestro cuerpo

El concepto inmunidad tiene origen en la palabra latina “immunize” que significa “exento de servicio o libre de cualquier cosa” que en contexto hace referencia a la protección frente a insultos, daños o enfermedades.


El sistema inmunitario es popularmente conocido por ser una especie de “ejército” interno, responsable de hacer frente a la entrada de agentes que se instalan causando desequilibrios (patógenos). El sistema inmune; escanea constantemente para ver si se encuentra con un ente extraño que puede causar daño o si por el contrario, forma parte del cuerpo.



Las 4 principales barreras de protección del cuerpo


Una vez detecta una amenaza para el cuerpo, este envía automáticamente las defensas a través de cuatro principales barreras de protección:


  1. La piel: La piel posee una capa de grasa y una serie de ácidos que impulsan la protección frente a la entrada de posibles patógenos.

  2. La mucosa intestinal actúa como barrera de entrada de agentes causantes de enfermedad pues casi el 70% del sistema inmunitario depende de la flora intestinal. Una buena salud digestiva es crucial para mantener nuestros mecanismo de defensa en perfecto estado.

  3. Las vías respiratorias tienen su papel protector al capturar y englobar partículas extrañas o microbios.

  4. La inflamación es otro mecanismo de defensa empleado por el cuerpo para proteger nuestras células. Los glóbulos blancos son las células encargadas de defender al organismo de las infecciones y ayudar a eliminar los residuos y desechos de los tejidos.




¿Cómo actúan los glóbulos blancos o defensas de nuestro organismo?


  • Producen ácidos para disolver y acabar con microbios y patógenos, “veneno” para los mismos.

  • Liberan radicales libres, sustancias reactivas fundamentales en procesos fisiológicos, inmunológicos y en la neurociencia. Actúan como vasodilatadores y bactericidas. En concentraciones elevadas pueden ser perjudiciales por eso es crucial que sean compensados con un adecuado y equilibrado aporte de antioxidantes.

  • Fabrican peróxido de hidrógeno moléculas que “indican” a las células del sistema inmune dónde están las heridas para atacar la posible infección.

  • Producen enzimas que favorecen la ruptura y disolución microbiana: en este sentido cobra especial protagonismo un correcto aporte de minerales que aseguren el funcionamiento enzimático a través de la alimentación y/o suplementos como el agua de mar embotellada.

  • Los glóbulos blancos generan moco e inflamación, de tal forma que los patógenos quedan “atrapados” en dicho moco sin poder de actuación alguno.

  • Nuestro sistema inmune tiene memoria de todo lo que ha ocurrido. De tal forma que recuerda la entrada de patógenos previos para poder actuar al respecto, por lo que está en constante proceso de aprendizaje al ser expuesto a diferentes patógenos. Es un mecanismo de fortalecimiento del sistema inmunitario y es por ello que no es del todo recomendable que los niños estén en ambientes excesivamente estériles, libres de exposición a patógeno alguno. Un poco de suciedad va a ayudar a que creen un buen sistema inmunitario para prevenir enfermedades conforme avance su edad.

  • Fagocitos: son células que devoran microbios, tienen un voraz apetito hacía virus, microbios, bacterias, levaduras, pero también restos de células muertas presentes en nuestro organismo. Para hacernos una idea, en un litro de sangre hay seis billones de fagocitos.


Existen dos tipos de inmunidad: la inmunidad innata y la adquirida


  • El sistema inmunitario innato es aquel con el que nacemos. Como se ha señalado, el cuerpo nace con una serie de barreras preparadas para hacer frente a la entrada de patógenos, cuando una falla (ej: la piel) existe otra (enzimas, saliva, ácidos estomacales; etc). Se trata de un sistema de defensa general de tal forma que cuando un patógeno logra sortear estas entradas, otro tipo de inmunidad mucho más sofisticada se activa: la inmunidad adquirida.


  • El sistema inmunitario adquirido es aquel que desarrollamos gracias a la capacidad memorística de nuestro sistema inmune y al que contribuyen ayudas externas como las vacunas o la creación de anticuerpos tras padecer cualesquiera proceso infeccioso. La exposición a patógenos durante nuestro crecimiento, como sucede con los niños cuando juegan en las guarderías, colegios, al entrar en contacto con microbios del suelo.



¿Qué debilita nuestras defensas?


La inmunodeficiencia puede venir dada al nacer, inmunodeficiencia primaria, o bien secundaria , cuando es adquirida con el paso del tiempo. Las principales causas por las que el sistema inmune puede debilitarse son:


  • Alimentación pobre en nutrientes: El sistema inmune depende de vitaminas, minerales, aminoácidos y ácidos grasos esenciales. Un dato interesante es que la mayor gripe española sufrida en 1918 que tras su expansión mató a casi cien millones de personas, tuvo lugar justo después de la primera guerra mundial. Cantidades industriales de comida eran transportadas, los soldados se alimentaban a base de comida enlatada, sin acceso a vegetales y frutas frescas. Esto en periodos prolongados de tiempo, irremediablemente termina por debilitar el sistema inmunitario y especialmente sumado a un estado fisiológico de constante estrés físico y psicológico como es estar en guerra. Este contexto sin lugar a duda predispone a la persona a que incremente su susceptibilidad a que sea invadida por virus.

  • Estrés: se posiciona como un factor clave en la predisposición a un sistema inmune debilitado y pobre en nutrientes. La exposición constante a estrés, incrementa los niveles de la hormona cortisol, que tiene capacidad inmunosupresora; por ello en estos contextos, entre otras cosas, es más frecuente la aparición de herpes.

  • Pocas horas de sueño y mal descanso favorece la aparición de desequilibrios hormonales, incapacidad para afrontar carencias o necesidades internas de forma autónoma, lo cual está íntimamente relacionado a la exposición a procesos de estrés crónicos y en consecuencia a la alteración del sistema inmune.

  • Exceso de glucosa en el organismo: ciertos virus son especialmente estimulados en contextos de obesidad, diabetes y vida sedentaria.

  • Tabaco y consumo de alcohol: Aunque los agentes carcinógenos dentro del tabaco son un factor crucial en el incremento del riesgo de cáncer, muchas otras composiciones actúan como agentes inflamatorios e inmunosupresores, incluyendo los óxidos de la nicotina, el amoniaco, los benzopirenos o el alquitrán de la acetona. En el interior de los pulmones, el tabaco acciona una cascada de agentes inflamatorios que conducen al síndrome inflamatorio crónico persistente y tan común hoy en día.


  • La quimioterapia o radiación en el tratamiento de cáncer..



Cómo detectar situaciones de inmunodepresión


En la mayoría de los casos, no acudimos a un profesional sanitario para tomar medidas hasta que la patología se desarrolla pues tendemos a no prestar especial atención a la aparición de síntomas. Para detectar los niveles de nuestras defensas sería ideal hacernos una analítica de sangre con regularidad, pero no siempre es posible por lo que hemos de prestar especial atención a la aparición de cualesquiera los siguientes síntomas:


  • Sensación de fatiga y cansancio persistente: si bien es cierto que el cansancio es de causa multifactorial, se trata de un elemento común en todo sistema inmunodeprimido.

  • Alteraciones intestinales y herpes: cada vez tenemos más evidencia de lo importante que es disponer de una sólida pared intestinal para evitar que las bacterias de los alimentos la atraviesen y lleguen a la sangre. Síntomas como la diarrea es una típica reacción de nuestro cuerpo para limpiar el intestino de la infección.

  • Infecciones vaginales: cuando no hay un buen mecanismo de defensa, especialmente en el caso de las mujeres, se hacen más frecuentes las infecciones por activación de levaduras presentes y otros agentes.

  • Conjuntivitis o sinusitis: Ojos y nariz son “puertas” de nuestro cuerpo que permiten la entrada de todo tipo de infecciones, por ello están cubiertas por mucosas que “atrapan” las bacterias presentes. Cuando el mecanismo de limpieza de tales mucosas falla o hay un exceso de agentes causantes de infección el sistema inmune se satura y las mucosas se inflaman.





 


BIBLIOGRAFÍA

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